Quiero
vivir como la gente normal. Eso dice una canción de Pulp.
Pasaron
las Navidades y yo cumplí los treinta y uno.
Laboralmente hablando, no hubo nada reseñable en mi
primer año en paro más allá de la entrevista con el señor Velázquez. Se puede
decir que yo no era consciente de que aquel período de inactividad laboral y
extrañas rutinas diarias en busca de sentirme útil iba a prolongarse tanto.
Daba por hecho que algún día, más pronto que tarde, me llamarían para hacer una
entrevista para un puesto decente y que, sencillamente, me escogerían para ese
puesto decente. Como a todo el mundo, ¿no? Eso era lo normal, lo esperable. Yo
tenía estudios, yo tenía presencia, yo tenía educación. Tendría que trabajar
algún día, cobrar dinero, comprarme una casa y todas esas cosas que hace la gente normal. Y estoy convencida de que las
personas de mi entorno también pensaban lo mismo. Sólo había que tener un poco
de paciencia, porque no había que olvidar que estábamos, ya no había lugar para
los eufemismos ni los atenuantes, en Crisis.
(FIN DEL CAPÍTULO I)
No hay comentarios:
Publicar un comentario