sábado, 11 de abril de 2020

Beerman


Hoy en la radio han dicho que los que nos estamos quedando en casa somos verdaderos héroes.
No seré yo quien les contradiga, si desde que ha empezado esto ya les he parado los pies a varios maleantes. Es lo bueno de tener una terraza que da a la calle principal y contar con una generosa provisión de cervezas y muy buena puntería: mi gran poder.

Y yo soy de los que piensan que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad.

De todos mis logros estoy especialmente orgulloso del de ayer. Cada vez que me acuerdo de aquel pobre vagabundo… Se trataba de un chaval larguirucho, despelujado y mal vestido, con ropa de colores chillones que le venía grande, seguramente, sacada del economato. El chico iba tan tranquilo por la calle, con una enorme bolsa de plástico donde debía de llevar todas sus posesiones, y de repente, se le echaron encima tres estrafalarios personajes: un tipo cubierto con una suerte de hábito de monja, una vedette con un bañador con la bandera de los Estados Unidos y un pirado con mallas azules y calzoncillos rojos. ¿De dónde diantre salieron semejantes esperpentos? ¿De un circo?

Gracias a Dios, fui rápido e hice lo que tenía que hacer: bombardearles con mis latas de cerveza mientras gritaba bien alto «¡Fuego, fuego!», la única manera de que la policía llegue. Y aquellos payasos se quedaron helados. Dirigieron sus miradas a mi balcón y comenzaron a increparme. Afortunadamente, mientras lo hacían, al pobre mendigo le dio tiempo a escapar. Subió por la escalera de incendios de un bloque cercano ayudado por una peculiar vecina, una mujer a la que debe de irle el sadomasoquismo a juzgar por su atuendo de charol negro. De la bolsa sólo se le cayó un objeto, un muñeco en forma de pingüino que en contacto con la acera comenzó a dar botes. Una monería.
Pero a sus atacantes no les hizo nada de gracia, porque se lanzaron sobre el juguete y lo hicieron añicos. Bestias. Me dieron ganas de seguir aporreándolos, pero se esfumaron, seguramente amedrentados por mi ataque. Y estaba a punto de entrar en el salón para skypear con mi familia, cuando recibí una agradable sorpresa: de los balcones de toda la calle comenzaron a salir vecinos y más vecinos a aplaudirme enérgicamente por mi acto de valentía. Emocionado, les di las gracias con una reverencia. Justo entonces, las campanas de la catedral de Gotham dieron las ocho.

Me gusta mi nueva ciudad.

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El turista accidental . Siempre me ha resultado curioso este título y la mezcla de sensaciones que me despierta: regocijo, suspense, cierto ...