miércoles, 29 de julio de 2020

Yo sé que este verano

me vas a utilizar, y que me abandonarás antes de que empiece el otoño. Cuento con ello. Pero el tiempo que estemos voy a hacer lo que mejor sé hacer: cuidarte, protegerte. En cuanto llegues a la casa de la playa para pasar todo el verano —otros años casi ni la pisas, pero no están las cosas como para irte al extranjero a estudiar idiomas—, fijarás tus ojos en mí, tus manitas me engancharán hábilmente, y con un mohín de fastidio me ofrecerás tu rostro. Entonces, comenzará lo nuestro. Algunas veces, sobre todo al principio, te olvidarás de mí. Te lo recordarán con severidad y tú me buscarás enfurruñada. Pero a medida que pase el tiempo, te acostumbrarás tanto a verter tu cálido aliento sobre mí que cuando no me tengas contigo te sentirás como desnuda. Me las harás pasar canutas. Tu dichosa costumbre de pintarte los labios de color frambuesa será mi perdición. Por no hablar de tu amor por el helado de chocolate y los perritos calientes. Con bien de ketchup y mostaza, ¿eh? ¡Gracias a Dios, también te gusta mucho el chicle de eucalipto! En la playa, prácticamente me comeré tu factor treinta, y cuando tus escandalosas amigas lleguen con sus toallas, te desharás de mí. Y me criticarás. Y ellas harán lo propio. Y nos compararéis. Aspecto, dinero, sustancia. Probablemente, salga perdiendo. Habrá días que, coqueta de ti, me utilizarás para hacerte la misteriosa frente a chicos de tu interés; hasta te meterás en el mar conmigo, sacándome con salitre por todas partes. Sólo cuando personas cercanas a ti, mayores y más sabias, alaben mis virtudes respaldándose en cifras tenebrosas, serás consciente de todo el bien que te hago. Y me tratarás con especial cariño, encargándote tú misma de mi cuidado. Sin embargo, como bien te he dicho al principio, sé que lo nuestro va a ser corto. Qué remedio. Si es que me han hecho así, para no aguantar para siempre. Sólo te pido que tengas conciencia, que cuando te deshagas de mi cuerpo lo hagas como Dios manda, sin contaminar aún más a Madre Naturaleza. No me lances al océano ni me entierres bajo la arena, hazme el favor. Lo harás, ¿verdad? Nada más por mi parte. Hasta pronto, mi niña. Tuya afectuosa, tu Mascarilla estival.

Madre Ciudad te devora: Metrópolis, de Ferenc Karinthy

El turista accidental . Siempre me ha resultado curioso este título y la mezcla de sensaciones que me despierta: regocijo, suspense, cierto ...