jueves, 11 de junio de 2015

Reptilianos, Sala de Staff, Wake up... (CAPÍTULO III)


─Nos decían que si estudiábamos las cosas nos irían bien, que viviríamos mejor que nuestros padres, y mirad qué panorama. Todo, porque esta Crisis es obra de esa Élite que siempre ha querido que el pastel fuera entero para ellos, que los hijos de los obreros no estudiásemos y llegásemos a su nivel académico a base de esfuerzo y méritos. Y ahora que pueden, se están vengando. Se están cargando a la clase media y fingiendo que todo es cosa de ese ente inmaterial llamado Economía. Pero se esfuerzan en buscarnos soluciones y nos animan a que nos vayamos fuera, a limpiar váteres en Londres o a cuidar viejos en París, intentando convencernos de la gran experiencia que ello representará para nosotros. ¡Ja! Y yo me rio. ¡Que se vayan sus hijos a poner hamburguesas a un apestoso local de Edimburgo! Ah, no, eso no. Sus hijos, por si no lo sabíais, son diferentes, juegan en otra liga. Sus hijos se irán a Oxford o a Harvard a hacerse uno de esos másteres o didascalias o como se diga que cuestan un pastón. Y en cuanto acaben, entrarán con la cabeza bien en alta en una de las empresas de algún amigo de papi. Y encima, creyéndose con méritos para ellos. Si es que hay empresas que son endogamia pura… ¡La mayoría! Sólo entran primos, sobrinos, nietos, hijos, nueras, yernos o amiguísimos de los que ya están ahí, desde el principio de los tiempos. Si los pobres y desconectados conseguimos encontrar trabajo en este país, son trabajos nauseabundos o pagados de forma vergonzosa. Mirad esta sala, todos universitarios con idiomas y buena pinta, y ni uno tiene un curro decente. Porque lo que quiere esa Élite es esclavitud, que nos quedemos jorobados y estancados.

Vaya, qué bien se había expresado el tal Rubén. Muy bien. Otra sorpresa.

Entonces habló Tate. Costaba un poco entenderle, pero hizo un gran esfuerzo. Frunció el ceño e intentó revestir de solemnidad su grumoso tono de voz.

            —Os reiréis, diréis “Este Tate está como una cabra”, pero os digo yo que esas teorías conspirativas tan absurdas que circulan por ahí son mucho más sensatas de lo que creemos. Como sabréis, muchas de ellas hablan de que estamos en manos de logias de alienígenas o seres sobrenaturales, criaturas que no son de este mundo pero que llevan cientos de años moviéndose por nuestro planeta, y que tienen poderes y habilidades que nosotros no tenemos, y que se ayudan entre ellos para tener todo el poder del mundo en sus garras. Porque más que dinero o vidas cómodas, esos bichos se alimentan de poder, y viven pensando y tramando para acumular más y más poder. Eso es la savia de su vida: el poder. Y quien les planta cara, las pasa canutas. Llamadlos como queráis, masones, iluminatis u hombres lagarto, pero estoy seguro de que ellos son esa Élite de la que acaba de hablar Rubén. A mí, personalmente, me alucinan los hombres lagarto. Se dice que están metidos en banca, política, economía, Hollywood y todo en general, y que se cubren muy bien las escamas, con maquillaje, máscaras o lo que sea, pero que en realidad, son eso, lagartos, hombres y mujeres lagarto, aunque se les llame en genérico “hombres lagarto”. Aunque también se les conoce por reptilianos. Cuando cuento todo esto la gente se ríe y dice que si se me fue la olla viendo V, y yo me callo y les pregunto… —y en este punto, Tate mudó completamente cara, mostrando un gesto todo sabiduría, intriga y sugerencia, abriendo mucho sus ojillos claros y levantando de forma escandalosa su ceja derecha, y plegó todos los dedos de su mano derecha menos el índice, con el que señaló al aire—, ¿de dónde creéis que salió la idea de V? ¿De dónde, eh? ¿De la mente alucinada de un guionista hasta las trancas de ketamina o LSD? Nooo. No, muchachos y muchachas, os digo yo de dónde salió la idea de V: de un verdadero reptiliano. Un reptiliano con ganas de confesarse, de desahogarse, de gritarle al mundo “Mirad qué idiotas habéis sido al no daros cuenta de lo que pasa aquí”. ¿O no habéis oído nunca eso de que hay grandes criminales que hasta que no son descubiertos no consideran que su obra ha quedado redonda? Pues a eso voy.  

            Cuando terminó su intervención, Tate, visiblemente satisfecho, dio un generoso trago a su lata de cerveza y nos miró desafiante, a ver quién era el atrevido que le llevaba la contraria. Fuera quien fuera, seguro que Tate tenía sólidos argumentos para rebatirlo y anularlo. Así que nos quedamos todos calladitos, tragando como podíamos aquella lúcida patochada.

            Y seguimos hablando.

Magdalena y Carolina se quejaron de sus respectivos empleos (jefes sociópatas, jefas envidiosas, compañeros pelotas, sueldos nefastos, horas extras exigidas y nunca recompensadas: historias que yo ya me sabía), Ányello —licenciado en Física y estudiante de Filosofía por la UNED—, participó contando sus propias anécdotas de maltrato laboral en las cinco o seis empresas en las que había trabajado antes de llegar a la tienda donde estaba entonces, y la falsa malhumorada, nos habló de algo alucinante que pasaba en su trabajo.

Era ingeniera informática en una célebre multinacional entonces en horas bajas, tan en horas bajas que estaban despidiendo a buena parte de su personal siguiendo las pautas de una suerte de Gran Hermano macabro en el que las personas que menos rendían o peor se portaban o peor caían, terminaban de patitas en la calle. Pero antes de esa patada definitiva y final, los casos dudosos, es decir, trabajadores que ya no tenían nada práctico e inmediato que hacer pero que no estaba claro que fueran a ser despedidos, aguardaban a su Destino en la llamada Sala de Staff.

La Sala de Staff era una especie de purgatorio postmoderno con sofás duros y severos y mesitas con periódicos y revistas. Una salita de espera antes de tomar el corredor que llevaba al Infierno del Desempleo o, algo poco probable, retornar al Paraíso del Trabajador. Allí, sus desdichados habitantes pasaban el tiempo, mirando a las musarañas, entretenidos con sus móviles o sus portátiles (nadie tocaba los periódicos y las revistas allí colocadas, como si fueran frutos de Proserpina), o conversando entre ellos. Ocho horas al día, cobrando lo mismo, vistiéndose y comportándose como si realmente estuvieran en un entorno laboral usual, pero sin saber qué iba a pasar con sus futuros inmediatos.

Algo más de la mitad de los que pasaban una temporada en la Sala de Staff acababan haciendo cola junto con hordas de zombis desorientados más frente a las oficinas del INEM.

            ─Así que —concluyó la falsa malhumorada pidiéndole una caladita de porro a Tate─, si te mandan a la Sala Staff, ya sabes que tienes la mitad de posibilidades de ser despedido. Pero os juro que en cuanto me huela que las cosas van a acabar mal, que me mandan a la Staff para largarme a la calle a continuación, les lleno la maldita salita de pintadas y grafitis de mal gusto.

            —¿Sabes hacer grafitis? —preguntó entonces Tate.

            —No, pero aprendería. Contrataría al más pervertido y perverso gasfitero de la ciudad para que me enseñara.

            —Siempre puedes mirar los tutoriales de YouTube, ahí te enseñan hasta hacer un cóctel molotov —dijo entonces Magdalena. Luego se levantó y fue a poner una nueva canción en el ordenador. Así pasamos de Editors a Arcade Fire. Dios, al menos el Dios de Mis Gustos Musicales, reinaba en aquel pequeño y sobrecargado piso del Casco Viejo de Bilbao.

            ─Qué maravilla… —dije en voz alta al escuchar los primeros acordes de Wake up, y de pronto noté que todos los ojos se posaban sobre mí.

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