Durante la cena de primas de antes
de las vacaciones de Semana Santa no fui bombardeada a preguntas o insinuaciones
sobre mi vida sentimental. Quise creer que después de la última vez habían
hablado entre ellas y habían concluido que era mejor no sacarme el tema para no
violentarme u ofenderme. Durante los primeros minutos de la cena, aquella vez
en casa de Virginia (aquel fin de semana su marido tenía una despedida de
soltero), llegué a sentirme casi cómoda. Casi, porque mis primas no cesaron de
hablar de los maravillosos viajes que habían preparado para aquellos días.
Todas iban con sus respectivas parejas al extranjero, a lugares con playa y
clima halagüeño.
Aquel
invierno el tiempo atmosférico había sido especialmente hostil en Bilbao, con
semanas enteras de lluvia y cielo encapotado y apenas unos tímidos rayitos de
sol de vez en cuando a modo de ridícula tregua. Sonaba apetecible la idea de
escaparse a territorios relativamente lejanos y de clima benigno, a chapotear
en el océano y deleitarse con paisajes desconocidos. Mis padres me habían dicho
muchas veces que si lo deseaba me fuera por ahí unos cuantos días de “no
vacaciones” (qué vacaciones se pueden tener cuando no se trabaja). Con quien
fuera. Y opciones no me faltaban: Magdalena y Carolina se iban a la costa
Mediterránea con un par de compañeras de trabajo de Magdalena; también podía hacerle una visita a Glenda (entonces
vivía en Luxemburgo: me había acostumbrado a que cada dos años cambiara de país,
siempre dependiendo de becas y golpes de suerte), o plantarme en la casa de algún
familiar (teníamos varios instalados en lugares apetecibles). Mis padres
insistían en que ellos me pagarían el viaje. Pero no. No. Yo no podía decir que
sí a semejante derroche de generosidad, y me dije que merecía la pena
sacrificarse un poco y quedarse en la ciudad hasta que encontrara un empleo,
algo que podía suceder, si los astros querían, por qué no, antes de que acabara
el año. Al fin y al cabo, los medios
hablaban de que la crisis remitía, que la cosa se movía más (fuera lo que fuera
“la cosa”), y yo quería creerlo.
Ya habría tiempo para viajar a territorios
soleados y exóticos: cuando disfrutara de una santa y deliciosa nómina mensual.
Así
pues, aquella primavera yo no viajaría, y era muy probable que tampoco lo
hiciera aquel verano, pero en la cena pre-Semana Santa de primas tuve que
escuchar pacientemente en qué iban a consistir sus viajes.
Las generosas explicaciones de mis
primas sobre sus atractivas e inminentes vacaciones estuvieron reforzadas con
toda clase de fotografías mostradas con pericia en sus aparatosos teléfonos
móviles, y no escatimaron en detalles: en ningún detalle. Así, tuve el honor de
saber qué itinerario aéreo era el que tenía que hacer María para llegar a
Madeira para pagar el precio más barato posible, o cuántas escalas exactamente
comprendía el paquete que Virginia había contratado para su crucero por las
islas griegas. Y mientras historias de búsqueda, contraste y compra de las
mejores ofertas turísticas existentes, narraciones de las características
particulares de los hoteles donde iban a alojarse, y descripciones de los
idílicos espacios naturales que iban a visitar brotaban imparablemente de las
insaciables bocas de mis primas, comencé a navegar mentalmente por el espacio
exterior y a deleitarme con sus impagables tesoros espaciales. Cuando la
realidad me irritaba, exasperaba o aburría de mala manera, lo hacía. Glenda
había sido mi maestra en semejante arte. Me explicó que para espantar instintos
suicidas u homicidas en situaciones semejantes, ella solía invocar una escena
de El sentido de la vida de los
Monthy Pyton. En ella, un ama de casa en bata y rulos es acompañada por un
extravagante personaje en una ruta por la Vía Láctea, y el tipo le explica lo
inmenso y cambiante que es el universo y la suerte que ha tenido ella de nacer,
y que lo recuerde cada vez que piense que está rodeada de cerdos.
En cambio, para casos así, yo me
decantaba casi siempre por una famosa canción de David Bowie, Space Oddity, “Odisea espacial”. Aquella
ocasión no fue la excepción. Space Oddity fue la banda sonora que empezó
a sonar en los confines de mi cabeza para ambientar mi viaje por la Vía Láctea
y otras galaxias desconocidas mientras mis primas torturaban hasta a las
piedras con sus planes vacacionales. Ground Control to Major Tom, Ground Control to Major Tom, Take your protein
pills and put your helmet on... Control
terrestre al Mayor Tom, Control terrestre al Mayor Tom, Tome sus píldoras de
proteínas y póngase su casco…
Y con Bowie de fondo ayudándome a
surcar cielos negros cuajados de estrellas diminutas y relampagueantes, en el árido
Planeta Azul Mónica hablaba de los lugares que pensaba visitar en su viaje por
Marruecos, un tema que podía llegar a ser interesante y que hizo que yo
retornara a tierra durante unos segundos, pero pronto decidí volver a
sumergirme en la oscuridad del espacio exterior: cuando Virginia empezó a
describir con pelos y señales cómo era el fabuloso hotel donde ella había
estado alojada durante su estancia en Marrakech y la cantidad de cosas baratas
que se había comprado en zocos de medio Marruecos. Natalia, a la que la tripita
ya se le notaba y que había acaparado la primera parte de la noche contando los
pormenores de su embarazo, aquel año, muy a su pesar, debía conformarse con
unos cuantos días con la familia de su marido en una casa rural castellana,
y no se censuró lo más mínimo a la hora de describirnos lo peculiar que era la
familia de su esposo, al parecer, “gente muy chapada a la antigua”. Y desde mi
ubicación interestelar, a la que me llegaban las voces de mis primas flojas y
entrecortadas, me pregunté cómo demonios serían aquellas personas si la propia
Natalia las consideraba un poco rancias.
Ground Control to Major Tom (Ten, Nine, Eight, Seven, Six), Commencing
countdown, engines on (Five, Four, Three), Check ignition and may God's love be
with you (Two, One, Lift off)… Control
terrestre al Mayor Tom (Diez, Nueve, Ocho, Siete, Seis), Comenzando cuenta
atrás (Cinco, Cuatro, Tres), Motores encendidos, Chequée la ignición y que el
amor de Dios lo acompañe (Dos, Uno, despegue)…
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