miércoles, 18 de enero de 2017

Mi opinión sobre la Cuarta Temporada de Sherlock (hay SPOILERS)


Me encanta esta foto...


Vista la Temporada número 4 de Sherlock. Y todavía digiriéndola. Porque...buff. ¿En serio que no han cambiado de guionistas? Y suponiendo que hayan seguido siendo los mismos guionistas, ¿en qué estado se encontraban cuando escribieron estos tres capítulos? 

La crítica (más bondadosa) aseguraba que en esta temporada se vería al Sherlock más humano y vulnerable, y que no sería tan divertida pero sí más intensa. Quizás lo primero sea cierto, pero habría que haberse currado más las historias. Marear al espectador con conflictos paralelos y finalmente ensamblar piezas en un principio inconexas no lo arregla todo: el conjunto resultante debe producir una magia que he percibido en las temporadas anteriores, que no en ésta.

Ah, y que Watson y Mary nos presentan a su baby...
 Me da la sensación de que los guionistas de Sherlock estaban bastante cansados y faltos de ideas, o quizás, demasiado condicionados por sus anteriores (y celebradas) tramas, siempre aceleradas, laberínticas y demenciales pero brillantes. Los actores siguen siendo prodigiosos (y eso que Benedict Cumberbatch está hasta en la sopa) y la realización impecable (aunque la escena de la muerte de cierto personaje recurrente adolece de una patente pobreza visual), pero las tramas... No, esto ha perdido mucho, señores. 

Lo peor para mí: en el episodio 2 haber desaprovechado de forma increíble al repulsivo villano interpretado por Toby Jones, y en el tercero... ¡¡¡ATENCIÓN, SPOILER!!!, caer en la vulgaridad de recurrir a una hermanita secreta y endemoniada encerrada en una especie de Shutter Island para cerrar el asunto... 

Me he quedado de piedra, en fin. Así que supongo que los seguidores más puristas del Canon Holmesiano estarán que trinan. 

No sé si habrá más episodios de esta serie, pero si los hay deberían subir el nivel de los guiones, aunque llegar a la maestría de "His last Vow" (el último de la Tercera Temporada y para mí el mejor episodio de todos) me parece imposible.

viernes, 6 de enero de 2017

¿Dónde sentaremos al abuelo?



Nadie se esperaba que viniera. Llegó poco después de los tíos de Galicia. Ya estábamos todos a la mesa. 
El viejo mantel rojo, verde y blanco estampado a base de renos y acebo delataba que era la víspera de Navidad. La cena estaba a punto de comenzar, idéntica a la de todos los años; bueno, no, miento: como la de todos los años no, porque aquel año no contábamos con el abuelo. Pero él apareció.
            Fui la primera en escuchar sus pasitos por el pasillo, acercándose poco a poco. Cortos y lentos pero imparables. Y el repiqueteo de su bastón contra el suelo. El resto de la familia fingió que no pasaba nada, pero todos podíamos escucharlo. Y por fin asomó por la puerta su cabeza, cubierta con la omnipresente boina negra y luciendo unos ojillos pícaros que revestían alegría y emoción contenidas al saberse anfitrión de la única cena del año que reunía a toda la familia. La casa entera estaba engalanada a base de bolitas de colores, espumillones y nuestras torpes manualidades escolares, que al abuelo, sólo al abuelo, le encantaban. Pero él no debía estar allí, y sin embargo, entró como si nada. Llevaba su viejo abrigo marrón y la bufanda de cuadros escoceses completamente calados. Fuera llovía, y el abuelo nunca usó paraguas.
             Le observamos angustiados mientras se acercaba a la mesa. Nadie le dijo nada. No nos levantamos a recibirle. Y él tenía cara de no comprender nada. «¿Pero dónde me siento?», preguntó con ingenuidad porque mi padre ocupaba el que había sido su sitio Navidad tras Navidad, y no parecía dispuesto a cedérselo. La abuela volvió la cabeza. No quería ni mirarle. Y los demás no se atrevían a explicarle lo que sucedía. Al final, como siempre, fui yo quien tuvo que salvar la situación. Me levanté y besé al abuelo en la mejilla. Estaba helado, como la última vez que le había besado. Y mal afeitado. Me raspó ligeramente los labios. «Abuelo», le dije, «tienes que irte». Él no comprendía: «¿Por qué, hija? Pero si es Nochebuena, pero si ésta es mi casa y vosotros sois mi familia». «Que tienes que irte, abuelo», le insistí con un nudo en la garganta porque me hubiera gustado que se quedara con nosotros, y ofrecerle anchoillas en aceite, jamón serrano y ensaladilla rusa, que era lo que más le gustaba, y después de los turrones, hacer pareja con él a la brisca. Pero aquello era imposible. «Abuelo, que no puedes, que tú ya no estás aquí», tuve que decirle. Y el pobre abuelo bajó la cabeza, caviló unos cuantos segundos y por fin entendió. No le quedó más remedio que darse la vuelta con gesto abatido y comenzar a desaparecer, pasito a pasito, con la ayuda de su bastón y en completo silencio. Todos le mirábamos como estatuas de sal. Pero de pronto, la abuela no pudo reprimir el llanto, y quiso salir tras él con un paraguas. «¡Un paraguas, coge un paraguas! ¡De lo contrario pillarás un buen resfriado!», exclamó. Tuve que detenerla y abrazarla fuertemente contra mí. Mis primos y los demás mayores hicieron como si nada. Logré que la abuela volviera a su sitio y me guardé para mí, bien adentro, mis preguntas: dime, abuelito, ¿hace mucho frío por allí? ¿Te sientes solo o has conocido a alguien? ¿Te acuerdas de nosotros a menudo? Pero hay preguntas que es mejor no formular.
            Me senté a la mesa. Había que seguir con la cena y olvidar aquel incidente.
            Era Nochebuena, y al día siguiente, Navidad.

Madre Ciudad te devora: Metrópolis, de Ferenc Karinthy

El turista accidental . Siempre me ha resultado curioso este título y la mezcla de sensaciones que me despierta: regocijo, suspense, cierto ...