lunes, 14 de septiembre de 2015

Consultoría Smile (II)


A mi entrevistadora también pareció gustarle mucho “mi afición literaria coronada con un premio tan goloso”, y que yo hablara idiomas, y me pidió que, si era tan amable, les contara en inglés a ella y a su compañero (¿De verdad que aquel chico estaba allí presente?) en qué habían consistido las prácticas de mi Master “literario”. Y yo les relaté lo que me pedían intentando mostrar la gran riqueza de mi vocabulario en lengua inglesa y mi exquisita pronunciación, más british que estadounidense, siempre en forma gracias a mi afición a ver películas en versión original. Los gestos de mis entrevistadores, que incluso se miraron entre ellos con un leve y halagüeño asombro, me llenaron de satisfacción. Les había sorprendido para bien. Ya, entonces, no había duda: el puesto iba a ser mío.

 Afuera el sol no dejaba de brillar, piaban algunos pajarillos, y mi entrevistadora me confesó que mi inglés era muy bueno y que era una lástima que ni ella ni su compañero hablaran francés para que pudiera demostrarles que “seguramente” también lo dominaba. Y que aquello era un plus, porque para trabajar allí, los idiomas, especialmente el universal inglés, se valoraban mucho. Entonces, creí, me pareció, escuchar un tímido pajarillo piando en lo alto de uno de los altos y elegantes arbolitos urbanos de la Gran Vía bilbaína toda una melodía jubilosa dedicada a mi persona. El cumplido penetró en mí como maná divino tras una árida y llena de padecimientos marcha por el desierto. Y me sentí dichosa. ¿De verdad, podía ser, que el puesto, unas prácticas consistentes en seleccionar personas, y en pleno centro de la ciudad, al lado de casa, en unas oficinas ideales, ¡y con muchas posibilidades de quedarse después! (algo que me dijo mi linda entrevistadora), estuviera a punto de caer en mis decepcionadas y menospreciadas garras?

Oh, claro qué no. Nooo. ¡No! No.

Algo así no ocurrió. Porque después de elogiar mi buen inglés y de hacerme describirme a mí misma en no sé cuántos en adjetivos y de expresar qué pensaba que podía aportar a su empresa (mis asépticas respuestas les dejaron más bien indiferentes), la consultora me avisó de que la entrevista ya había terminado y que entonces quería darme su feedback. Feedback, una palabra inglesa y esplendente que equivale a “la impresión que me has dado”. Y aquel feedback no fue en modo alguno bueno. No, señor…

A) Mi entrevistadora consideraba que debía haberme sentado mirando a la puerta, en cualquiera de los asientos que allí había dando a la puerta, y no de espaldas a ella.

El shock que me produjo semejante observación me impidió preguntarle cuál era la explicación psicológica, seguramente interesantísima, que aclaraba que no era bueno que el candidato no se sentara mirando a la puerta. Pero era fácil de adivinar por dónde iban los tiros. Seguro que aquello, sentarse en un lugar desde el cual no se podía estar completamente alerta a ver quién entraba en la sala, denotaba falta de interés, pasividad, descuido.  Million Dollar Baby vino a mi cabeza, esa escena en la que Hillary Swank, por no seguir el insistente consejo de Clint Eastwood de estar siempre en guardia, es funestamente golpeada por la espalda.

B) Mi entrevistadora me afeó el hecho de que le hubiera dado la mano con tan poca fuerza. Con muy poca fuerza. “Casi no has apretado, has hecho así —y me coge la mano, y siento que algo frío hecho de carne y hueso me la envuelve, y me la suelta, un visto y no visto, y a regañadientes reconozco que eso resulta poco agradable—, algo completamente diferente a esto, ¡aprieta! —y me vuelve a coger la mano, pero ahora aprieta sin llegar a hacerme daño, y yo hago lo propio, nos agitamos enérgicamente las manos y se queda feliz y satisfecha—, ¡muy bien! ¿Ves que sensación tan diferente?”. Sí, lo veo, lo noto y lo siento. Y sobran las explicaciones: está claro que una persona que  saluda apretando bien la mano y mirando a los ojos denota mucha seguridad y un buen puñado de cosas buenas que comienzan por “auto”. El chico parece estar de acuerdo, pero noto algo de compasión en sus grandes ojos pardos. Y se la agradezco.

C) Y que por qué no sonreía más. Que se me veía muy seria, muy grave, muy… sufrida. Mi entrevistadora parece tan afectada mientras me explica la imagen tan poco luminosa que he transmitido durante toda la entrevista, que me entra, ahora sí, la risa, no la sonrisa, sino la pura, desesperada y harta de críticas risa. ¡JAJAJAJA…! Y mi entrevistadora también se ríe porque cree que su mensaje ha calado hondo, y el chico también ríe, los tres reímos, y mi entrevistadora se siente satisfecha. Todos sus años de Psicología, Recursos Humanos y quién sabe cuántos cursos sobre la conducta humana han valido para algo. “¿Ves? ¿Ves cómo todo es más agradable si sonríes? ¿No te das cuenta de la cantidad de cosas buenas que estamos transmitiendo aquí, ahora mismo, por el simple hecho de sonreír relajada y gustosamente?”. Afirmo con la cabeza sonriendo dulcemente. Esto ya es, directamente, ¡un musical! All you need is a big smile… La, la, la… Ahora, mi entrevistadora se levantará y hará el pino puente sobre la mesa, y su compañero sacará una chistera y un bastón de algún sitio y comenzará a girarlo en el aire con una habilidad demencial, y los dos cantarán a pleno pulmón que all you need is a big smile, la, la, la…

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