(...)
—De todos modos, quiero que te vea
otra compañera, X Y, de Madrid, que ocupa el puesto Z. Viene la semana que
viene, y su opinión va a ser determinante para ver si te aceptamos para las
prácticas —me comentó mi entrevistadora a modo de despedida, citándome para la
semana que venía. Y yo me despedí de ella y del mudo muy sonriente y
agradecida.
(...)
Pero la segunda entrevista, con la
consultora recién llegada de Madrid, no fue bien en absoluto. Y eso que aquel
día el sol brillaba como un día de primavera, y yo llegué sonriente y feliz y
vestida de la forma más juvenil de la que fui capaz sin dejar de parecer
elegante, y cuando entré en la oficina y me encontré con mi primera
entrevistadora, la saludé con una sonrisa deslumbrante y un enérgico apretón de
manos, y cuando entré en la ya conocida sala de reuniones, me senté frente a la
puerta a la espera de mi segunda entrevistadora sin dejar de sonreír, sin dejar
de sonreír…
Mi segunda entrevistadora resultó ser
una mujer de mediana edad, rostro agraciado, indumentaria más bien de sport, gesto
risueño y, cómo no, sonrisa a prueba de bombas, mano firme y palabras amables.
Y la entrevista fue prácticamente un calco de la anterior sólo que sin pruebas
de idiomas, tanto que me sentí relajada y feliz en todo momento porque creía que
ya me sabía todos los trucos para salir adelante. Pero resultó que me relajé
demasiado, que me confié, que llegué a pensar que aquella gentil mujer que tenía
delante era casi como una amiga de la familia, y hubo dos momentos, dos
funestos momentos, en los que la pifié. El peor, sin duda, fue el segundo.
1) dejé que mi
humor negro, al que siempre trataba de reservar para mi círculo más íntimo,
fluyera libre: hice una broma sobre los cementerios parisinos y el hecho de que
mis escritores preferidos estuvieran todos muertos, mofa que a mi interlocutora
no le hizo ni pizca de gracia. Su cara fue todo un poemario.
2) respondí
con sinceridad a una decisiva pregunta. “¿Y por qué quieres trabajar aquí, con
nosotros, Anabel?”, preguntó mi entrevistadora. “Porque tras haberme preparado
a conciencia en diferentes disciplinas tengo ya edad y ganas de sobra para
entrar, por fin, en el mundo laboral”, respondí yo. ¡Crack! Craso error,
pequeña. Game Over.
El gesto de la Risueña se tornó
lúgubre y funerario, se le congeló la sonrisa y toda ella se volvió áspera,
soberbia y condescendiente, elevando ligeramente el mentón, hinchando las
narices y abriendo mucho los ojos. Un digno clon de mi prima Virginia cuando su
ego lucía especialmente saludable.
—Anabel —me dijo con un tono
escalofriantemente didáctico—, te daré un consejo: no es trabajo, así, a secas,
lo que deberías buscar, sino algo que realmente te satisficiera.
The end. La
entrevista terminó. Nuevo apretón de manos, sonrisas, extraña y larga mirada de
mi entrevistadora a mis zapatos estilo Oxford (¿Le gustarían o le repelerían?
Nunca lo sabré), y una última advertencia: “Si te escogemos, te llamaremos. Si
no te llamamos, pues es que no te hemos escogido”. En resumen, un silencio
negativo me llevaría a un nuevo rechazo. Ni siquiera un mail tipo, perezoso y
robotizado, para decirme que no. No me esperaba eso de una gran consultoría
internacional como aquélla.
Salí de la entrevista con el barato,
artificial, mezquino, infantil, perverso, estúpido y banal consejito último
flotando por mi mente. Era mediodía y en apenas unas horas empezaban mis clases
de la Didascalia. Comí sin apetito y muy intranquila, y cuando ya estaba
saliendo de casa para tomar el autobús rumbo a la universidad recibí un mensaje
de móvil de Elena, una compañera de clase, diciéndome que le habían dado las
prácticas en la consultoría a ella, que dejaba las que ya tenía por aquéllas,
mucho más atractivas. Pero que no me preocupara, que hablaría con su ya ex jefa
para que me dejaran incorporarme al puesto que ella dejaba vacante.
Y sentí que la tierra se abría bajo
mis pies y me arrastraba a los terrenos de una pesadilla. ¿Qué diablos pasaba
allí?
Resultó que Elena, a pesar de disfrutar de
unas prácticas en una buena empresa del centro desde hacía varias semanas,
también había sido entrevistada en la Consultoría Smile. Y había pasado los dos
filtros, el de la rubia del moño y el de la Risueña, sin problemas ni ningún
tipo de feedback. La quisieron sin
cortapisas.
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