A mi entrevistadora también pareció
gustarle mucho “mi afición literaria coronada con un premio tan goloso”, y que
yo hablara idiomas, y me pidió que, si era tan amable, les contara en inglés a
ella y a su compañero (¿De verdad que aquel chico estaba allí presente?) en qué
habían consistido las prácticas de mi Master “literario”. Y yo les relaté lo
que me pedían intentando mostrar la gran riqueza de mi vocabulario en lengua
inglesa y mi exquisita pronunciación, más british que estadounidense, siempre
en forma gracias a mi afición a ver películas en versión original. Los gestos
de mis entrevistadores, que incluso se miraron entre ellos con un leve y
halagüeño asombro, me llenaron de satisfacción. Les había sorprendido para
bien. Ya, entonces, no había duda: el puesto iba a ser mío.
Afuera el sol no dejaba de brillar, piaban
algunos pajarillos, y mi entrevistadora me confesó que mi inglés era muy bueno
y que era una lástima que ni ella ni su compañero hablaran francés para que
pudiera demostrarles que “seguramente” también lo dominaba. Y que aquello era
un plus, porque para trabajar allí, los idiomas, especialmente el universal
inglés, se valoraban mucho. Entonces, creí, me pareció, escuchar un tímido
pajarillo piando en lo alto de uno de los altos y elegantes arbolitos urbanos
de la Gran Vía bilbaína toda una melodía jubilosa dedicada a mi persona. El
cumplido penetró en mí como maná divino tras una árida y llena de padecimientos
marcha por el desierto. Y me sentí dichosa. ¿De verdad, podía ser, que el
puesto, unas prácticas consistentes en seleccionar personas, y en pleno centro
de la ciudad, al lado de casa, en unas oficinas ideales, ¡y con muchas
posibilidades de quedarse después! (algo que me dijo mi linda entrevistadora),
estuviera a punto de caer en mis decepcionadas y menospreciadas garras?
Oh, claro qué no. Nooo. ¡No! No.
Algo así no ocurrió. Porque después
de elogiar mi buen inglés y de hacerme describirme a mí misma en no sé cuántos
en adjetivos y de expresar qué pensaba que podía aportar a su empresa (mis
asépticas respuestas les dejaron más bien indiferentes), la consultora me avisó
de que la entrevista ya había terminado y que entonces quería darme su feedback. Feedback, una palabra inglesa y esplendente que equivale a “la impresión
que me has dado”. Y aquel feedback no
fue en modo alguno bueno. No, señor…
A) Mi
entrevistadora consideraba que debía haberme sentado mirando a la puerta, en
cualquiera de los asientos que allí había dando a la puerta, y no de espaldas a
ella.
El shock que me produjo semejante
observación me impidió preguntarle cuál era la explicación psicológica,
seguramente interesantísima, que aclaraba que no era bueno que el candidato no
se sentara mirando a la puerta. Pero era fácil de adivinar por dónde iban los
tiros. Seguro que aquello, sentarse en un lugar desde el cual no se podía estar
completamente alerta a ver quién entraba en la sala, denotaba falta de interés,
pasividad, descuido. Million Dollar Baby vino a mi cabeza,
esa escena en la que Hillary Swank, por no seguir el insistente consejo de
Clint Eastwood de estar siempre en guardia, es funestamente golpeada por la
espalda.
B) Mi
entrevistadora me afeó el hecho de que le hubiera dado la mano con tan poca
fuerza. Con muy poca fuerza. “Casi no has apretado, has hecho así —y me coge la
mano, y siento que algo frío hecho de carne y hueso me la envuelve, y me la
suelta, un visto y no visto, y a regañadientes reconozco que eso resulta poco agradable—, algo
completamente diferente a esto, ¡aprieta! —y me vuelve a coger la mano, pero
ahora aprieta sin llegar a hacerme daño, y yo hago lo propio, nos agitamos enérgicamente
las manos y se queda feliz y satisfecha—, ¡muy bien! ¿Ves que sensación tan
diferente?”. Sí, lo veo, lo noto y lo siento. Y sobran las explicaciones: está
claro que una persona que saluda
apretando bien la mano y mirando a los ojos denota mucha seguridad y un buen
puñado de cosas buenas que comienzan por “auto”. El chico parece estar de
acuerdo, pero noto algo de compasión en sus grandes ojos pardos. Y se la
agradezco.
C) Y que por
qué no sonreía más. Que se me veía muy seria, muy grave, muy… sufrida. Mi
entrevistadora parece tan afectada mientras me explica la imagen tan poco
luminosa que he transmitido durante toda la entrevista, que me entra, ahora sí,
la risa, no la sonrisa, sino la pura, desesperada y harta de críticas risa.
¡JAJAJAJA…! Y mi entrevistadora también se ríe porque cree que su mensaje ha
calado hondo, y el chico también ríe, los tres reímos, y mi entrevistadora se
siente satisfecha. Todos sus años de Psicología, Recursos Humanos y quién sabe
cuántos cursos sobre la conducta humana han valido para algo. “¿Ves? ¿Ves cómo todo
es más agradable si sonríes? ¿No te das cuenta de la cantidad de cosas buenas
que estamos transmitiendo aquí, ahora mismo, por el simple hecho de sonreír
relajada y gustosamente?”. Afirmo con la cabeza sonriendo dulcemente. Esto ya
es, directamente, ¡un musical! All you
need is a big smile… La, la, la… Ahora, mi entrevistadora se levantará y hará
el pino puente sobre la mesa, y su compañero sacará una chistera y un bastón de
algún sitio y comenzará a girarlo en el aire con una habilidad demencial, y los
dos cantarán a pleno pulmón que all you
need is a big smile, la, la, la…
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