lunes, 20 de julio de 2015

Magdalena me contó que...


Una apacible mañana de primavera, minutos antes del mediodía, un bilbaíno de cuarenta y cinco años entró en su oficina habitual de Lanbide (Servicio Vasco de Empleo) portando una garrafa de gasolina de cinco litros y pidió a todos los ocupantes del lugar, trabajadores inclusive, que hicieran el favor de irse de allí, que iba a prenderla fuego. Inmediatamente, se puso a verter el líquido por todas partes, salpicando a las personas que comenzaban a huir despavoridas; tres litros, nada más ni nada menos, fue lo que le dio tiempo a verter. Pero cuando se disponía a encender un mechero para consumar su obra, un guarda de seguridad y un valiente trabajador de la oficina se le echaron encima y se lo impidieron. Luego, imagínense, policía, detención, denuncia, protestas de los trabajadores del sistema pidiendo más seguridad, que no es la única vez que les ha pasado algo así, y patatín y patatán. Pero del hombre que soñaba con el bidón de gasolina y Lanbide estallando en llamas más allá de Orión, no se supo demasiado. Sólo que le habían denegado una ayuda pública varias veces y que estaba desesperado. Muy desesperado. Si finalmente le caían los dos años de cárcel que los Buenos reclamaban, yo le mandaría cartas de admiración a la cárcel. Porque aquel desconocido no había querido matar a nadie: sólo deseaba llamar la atención en vez de machacarse a sí mismo con pensamientos suicidas, fruto de la Injusticia que estaba viviendo. Seguramente él también habría intentado encontrar trabajo en vano y se habría topado con un buen puñado de sonrientes consultores de RR.HH.

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