Aletargado, somnoliento, postrado
sobre el suelo de la última cosecha,
sueño ya con tu llegada,
mi dulce deidad de belleza
subterránea.
Desde aquí huelo las flores
marchitas de tu tiara,
y percibo con horror agradable
tus ojos de máscara funeraria
agujereando impasibles
el vacío.
Sin tan siquiera saludarme
me tenderás tu aguileña
garra
de esmalte carcomido,
yo me perderé en los
pliegues de tu túnica oscura,
y ambos danzaremos contra
el estío.
Cuántas noches frías nos
aguardan,
¡oh, beldad
perturbada!
Llevo meses soñando con
este momento,
de dolor y
metamorfosis.
Llámame como quieras,
bebe de mí cuanto
desees.
En tu mortal
dentellada
percibiré ya la hoja
vieja, el fruto nuevo, la lluvia generosa.
Y mísero de mí, te
entregaré mi reinado bruñido
para que lo cubras de
niebla y melancolía.
Bienvenida, hermana Otoño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario