martes, 19 de mayo de 2015

Sobre monstruos y zombis consumistas (CAPÍTULO I)


En un momento dado, no sé muy bien por qué, expresé en voz alta una idea a la que llevaba mucho tiempo dándole vueltas: había que crear un nuevo tipo de monstruo para el cine de terror, y si esto no era posible, al menos, idear nuevas fórmulas que provocaran miedo en el espectador. En mi opinión, los zombis y los vampiros aburrían ya al personal, y los hombres lobos eran bichos de segunda, sobre todo en los últimos tiempos, claramente por debajo de los seductores y maquiavélicos vampiros en la escala de prestigio monstruoso por culpa de su torpeza y su fealdad.

—¿Y qué me decís de las momias? —preguntó Carolina con sus ojos claros resplandecientes—. Yo creo que no se le ha sacado demasiado partido, quitando la trilogía epiléptica de Stephen Sommers.

“Trilogía epiléptica”. Seguro que Carolina había tomado prestada aquella ocurrencia de alguna crítica de cine inclemente.

—¿Las momias? Otros bichos torpes y estúpidos, una especie de zombis de segunda que ni siquiera son caníbales, sólo pobres muertos vivientes egipcios vengativos. No dan miedo ni cuando les quitan las vendas. ¿A quién le va a dar miedo una cosa enflaquecida y seca de color marrón que se hace polvo en cuanto se le da un golpe? Qué va, habría que crear otra cosa, algo tan fascinante y humanoide como el vampiro, un ser nocturno y seductor con debilidades humanas, un pasado tormentoso y sus propias normas para subsistir… —dijo Saúl pensativo rascándose el pelo de la barbilla. Me dio una dentera horrible.

—Casi todos los monstruos se alimentan de carne humana o de sangre humana, ¿os dais cuenta? —observó Noelia.

—Claro, eso los convierte en seres especialmente temibles, porque sabes que no se van a limitar a arrebatarte la vida, sino que luego van a mancillarte de la forma más grotesca posible: mordiéndote, masticándote, tragándote y depositándote en sus entrañas —dijo Rebeca dulcemente.

—Pues sí, supongo que no es muy alentador saber que además de mandarte al otro barrio a base de dentelladas, vas a acabar en el estómago de tus repugnantes asesinos… —añadió Magdalena.

—Pero el éxito de los zombis, de sus películas y productos, no radica en ese miedo que nos producen, desde tiempo inmemorial, los caníbales... A mí, al menos, sus películas me gustan tanto porque son historias de supervivencia, de escape, búsqueda de víveres y armas, relaciones humanas en un contexto de plena tensión, escondite y, cuando no queda más remedio, enfrentamiento con alimañas irracionales que hasta hacía nada eran personas civilizadas y racionales —opinó Antonio.

—No olvidemos que hay teorías que ven en todo lo que rodea al cine de zombis verdaderas metáforas de la sociedad humana. ¿Quizás porque reflejan cómo podemos deshumanizar al enemigo en las contiendas armadas? Porque supongo que así se verá al enemigo en cualquier guerra, como una criatura sin alma y cargada de agresividad a la que hay que aniquilar sin miramientos —apuntó Francisco.

—Sí, he leído al respecto algo. Pero no sobre el zombi como humano deshumanizado para justificar tropelías contra la vida de otras personas, sino sobre la relación entre los zombis y el consumismo —dijo Carolina.

—¿Zombis y consumismo? —Preguntó con sorna Francisco—. A mí no me parece para nada que los zombis, tan apestosos y destartalados, puedan llegar a ser considerados amantes del shopping…

Carolina se puso muy seria y un poco tensa. La conocía. Se ponía así cuando tenía que defender una idea ante la cual alguien se había mostrado escéptico.

—Sí, se habla mucho sobre ello. Se dice que las personas en la actualidad, las personas que vivimos en ciudades y tenemos un estilo de vida occidental, en cuanto a hábitos de consumo nos comportamos como zombis. Vamos a comprar y a comprar de forma irracional todo lo que nos dicen que necesitamos para ser felices, nos relacionamos muy poco entre nosotros y no tenemos conciencia crítica de lo que hacemos. Como rebaños de ovejas. Sólo hay que ver cómo se comportan las personas en los centros comerciales, como zombis auténticos deambulando de una tienda para otra como si estuvieran siendo teledirigidos.

—Pues se tratará de zombis con dinero, porque por mucho que a mí me alineen los mandamases del marketing y el consumismo, mi exangüe cuenta bancaria no me permite comprarme todo lo que me dictan —observó Noelia sin perder su habitual calma.

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