sábado, 20 de julio de 2019

Luz azul


―Tendríamos que haber cogido la visita guiada ―gruñó Sebastián―. Así no nos vamos a enterar de nada.
―No te preocupes, con todo lo que he leído en Internet no tendremos mejor guía que yo ―dijo Livia sonriendo, aunque tuviera ganas de abofetearlo.
Sebastián seguía molesto. Hacía demasiado calor y había demasiada gente. Mira que eran pegajosas aquellas hordas de turistas en bermudas haciendo cola. Qué mal casaba aquella estampa con las tinieblas asociadas a Vlad Tepes «El Empalador», que según contaban, había vivido en aquel castillo, una magnífica fortaleza medieval de puntiagudos tejados rojizos.
Sebastián sacó agua fría de su mochila y con desagrado comprobó que la condensación le había humedecido bastantes cosas. Pero no se quejó porque si lo hacía, Livia le recordaría que debería comprarse una cantimplora. Como ella, que era perfecta. Las chicas como Livia nunca metían la pata. Organizaban viajes estupendos y te hacían importantes favores, sí. Pero se guardaban el secreto a modo de arma arrojadiza.
Media hora tardarían Livia y Sebastián en entrar al castillo. Se hicieron fotos, muchas fotos, entre muebles suntuosos y estampas de Dráculas históricos y cinematográficos. Sebastián salió en todas con gesto risueño. Livia parecía feliz, aunque le sangrara un talón. Tendrían muchos likes cuando las subieran, una vez en casa.
Habían aparcado en una callejuela desde la cual se podía ver parte de la cúpula de la catedral de San Pablo. Hacía más de treinta grados y su coche de alquiler acababa de perder un espejo retrovisor por obra y gracia de un veterano conductor que les explicó convincentemente que la culpa había sido de ellos.
―Mira que no coger el seguro a todo riesgo… Somos imbéciles ―se lamentó Sebastián mientras Livia miraba y remiraba en los papeles grapados que llevaba en un portafolios.
―Sebastián, la idea era cogerlo, pero el tipo del aeropuerto me ha mareado y su inglés era muy confuso.
―¿Que su inglés era malo? Pues estamos en Malta, Livia: el inglés es el idioma oficial.
―Sí, pero el acento es horroroso, al menos, el de ese tipo.
La próxima vez ya hago yo el trámite. Al parecer, tu inglés no es mejor que el mío. Mucha escuela oficial de idiomas, y mira ―la acusó con rencor.
―Genial. A partir de ahora todas las conversaciones que necesitemos mantener con malteses las protagonizarás tú ―sentenció Livia amargamente.
Él no respondió.
―Sebastián, ¿qué tal estás?
El cuarto estaba en penumbra. Con suma dificultad, Sebastián se incorporó y contestó:
―Mucho mejor. No he ido al baño en toda la tarde. Y tengo hasta hambre.
Livia, preciosa con su caftán nuevo, se acercó y le puso la mano sobre la frente.
―Ya no tienes fiebre, parece, y es bueno que sientas hambre. Hablaré con recepción a ver si te pueden conseguir cosas limpias.  
El tono de voz de Livia, que se había pasado toda la tarde con un grupo de chilenos recorriendo El Cairo, era amable, pero algo frío. Consideraba aquella indigestión un castigo cuasi divino. Porque qué tonto se había puesto Sebastián cuando aquella curvilínea danzarina del vientre lo sacó a bailar. Cuando volvió a la mesa, todos los turistas le aplaudieron entusiasmados; Livia no. Estaba molesta, pero se limitó a mostrarse distante. Ella tenía clase. No como aquellas árabes, rusas o lo que fuera que le rondara a su novio.
―Gracias, Livia ―le dijo Sebastián antes de que saliera por la puerta. ¿Volvería luego con sus amigos chilenos? ¿Les contaría también a ellos que su novio era un inútil con un buen trabajo gracias a su padre?
En Sienna, mientras hacían un alto sentados en la Plaza del Campo, sucedió algo. De pronto, el bravo sol toscano se ocultó entre las nubes dejándolo todo cubierto de un triste velo azulado. Tan repentino cambio provocó que un sentido murmullo de decepción colectiva brotara del ambiente. Livia, en cambio, se mantuvo silenciosa y sin parpadear, entregada a la indescriptible sensación que de pronto la embargaba.
Sebastián chasqueó sus dedos a pocos centímetros del rostro de Livia.
―¿Qué te pasa? Estás como ida…
             Livia hizo un gran trabajo para poner en palabras lo que sentía.
            ―Sebastián, no sé si notas que este viaje que estamos haciendo… no es normal.
            ―¿Cómo que no es normal?
            Creo que llevamos viajando mucho tiempo, demasiado tiempo.
            ―No te entiendo, Livia. El viaje marcha según lo previsto. Dos días en Florencia; dos en Sienna, que es donde estamos ahora, y pasado mañana iremos a Cinque Terre. Allí estaremos otros dos días antes de volver a casa.
―Eso no es así. Y en el fondo lo sabes. Puede que en algún momento hayamos estado en Florencia, pero es imposible asegurar que eso sucediera «ayer» o «anteayer» porque ayer, anteayer y más atrás son conceptos que ya no tienen ningún sentido. Últimamente lo mismo hemos estado en Florencia que en Transilvania, Malta o El Cairo, pero sin ningún tipo de orden. Es como si el tiempo se hubiera transformado en una especie de tornado y nos hubiera atrapado en él, haciéndonos viajar y viajar de forma desaforada.
            Sebastián frunció el ceño. Qué diablos le estaba contando Livia. ¿Es que aún no le había perdonado su intrascendente tonteo con aquella colega ucraniana? ¿Volverle loco era su venganza?
            ―Livia, tú no estás bien. Eso es una locura.
―Sebastián: piensa. ¿No te das cuenta de que hace siglos, por decir algo, que salimos de casa?
            Sebastián decidió recurrir a la objetividad, como cuando discutía en el trabajo. Sacó el móvil y buscó el billete de avión Milán-Casa que tenía descargado.
            Con gesto triunfal se lo mostró a Livia.
            ―¿Ves? En cuatro días terminamos este viaje que comenzó hace tres. El tiempo sigue siendo una magnitud física dividida en pasado, presente y futuro. Otra cosa es que estés agotada y necesites echarte una buena siesta.
Livia quiso rebatirle, pero no le dio tiempo. El sol volvió a salir de entre las nubes, la piazza estuvo de nuevo bañada en luz ambarina, y ella y Sebastián continuaron con su viaje.

2 comentarios:

  1. ¡Muchas gracias, Luisa! Es una versión corta de un relato más largo. Tenía mis dudas con acortarlo, por eso agradezco mucho tu comentario ;)

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