No me gustaba la tecnología, no me gustaban los ordenadores, no me gustaban los móviles. Pero cuando vi que podía seleccionar la música que yo quisiera para el ring de mi móvil, me decanté por She's lost control, “Ella perdió el control”, una canción obra de Ian Curtis.
Curtis fue el cantante de Joy
Division, una banda inglesa de finales de los años setenta. Un chico sensible y
extraño, amante de la literatura de Kafka y la música de tipos como David Bowie
o Iggy Pop, y epiléptico. A veces, en sus conciertos, o bien tenía verdaderos
ataque de epilepsia o bien fingía tenerlos, y unía los característicos movimientos
de dichos ataques a sus meneos musicales, creando una desenfrenada y particular
forma de bailar. Murió a los veintitrés ahorcándose. Dijeron que era depresivo,
que sufría las nefastas consecuencias emocionales de un triste divorcio (a sus
veintitrés años tenía una hija de cuatro años) y que era adicto a sustancias
poco recomendables. El caso es que se suicidó después de haber visto una
película de Herzog cuyo protagonista se suicida y escuchado Idiot de Iggy Pop. Eso dicen. La canción
She’s lost control, “Ella perdió el
control”, la escribió tras presenciar una dura escena cuando trabajaba en los
Servicios Sociales (sí, un artista maldito trabajando en los Servicios
Sociales). Un día apareció por su oficina una pobre chica pidiendo trabajo, y
justo en aquel momento, sin poder evitarlo, la joven sufrió allí mismo un
violento ataque epiléptico que la llevaría a la muerte. Ian quedó traumatizado.
Él sabía lo que era verse presa de aquel horrible descontrol. Y compuso la
canción que décadas después yo escogería para el timbre de mi móvil.
“Confusión es sus ojos, que lo dicen
todo. Ella ha perdido el control. Y se aferra al que más cerca esté. Ella ha
perdido el control. Y descubre los secretos de su pasado”…
Cada vez que Magdalena me llamaba,
sonaba que ella perdió el control.
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