viernes, 20 de noviembre de 2015

A mad world

La televisión estaba trufada de debates políticos. El país gemía herido de muerte por culpa de incontables casos de corrupción, y sus protagonistas, colaboradores necesarios, vasallos y líderes espirituales, en vez de sentirse avergonzados, parecían crecerse ante los inquisitoriales dedos acusadores que les señalaban como deshonrosos ladrones. Los tertulianos de la tele, divididos en dos flancos extremos, se dedicaban a despedazarse verbalmente como verduleras sociópatas, los moderadores tomaban partido por una u otra postura dependiendo del canal en el que estuvieran, surgían monstruos, dioses y héroes mediáticos y nuevas formaciones políticas prometiendo arreglar el desaguisado, y éramos muchos los que recibíamos sus indignadas proclamas, soflamas y sentencias como bálsamo para los oídos, pero yo, en particular, acababa un poco empechada de aquel banquete de grandes esperanzas. Mientras desayunaba, veía en la televisión la primera tanda de estos debates, pero a los pocos minutos me sentía tan saturada y nerviosa que terminaba por buscar aquel programa sobre crímenes imperfectos. Prefería ver a norteamericanos psicopáticos que se pasaban el día en la carretera, asesinado y transportando muertos de un Estado a otro, y a los avispadísimos sheriffs y detectives que les acababan cazando por mínimos errores.


Y también había futbol, mucho futbol, futbol a todas horas, en forma de todo tipo de ligas, copas, torneos y amistosos, con sus jugadores estrella haciéndose un hueco en la Historia gracias a sus habilidades con el balón y sus conflictos humanos y profesionales. Y telebasura, mucha telebasura en la que criaturas desvergonzadas y amorales gritaban y blasfemaban como si cada día de su vida corrieran el riesgo de ser arrastradas al infierno si se comportaban con elegancia y contención; series de entretenimiento con toda clase de argumentos protagonizadas por jóvenes y atractivos actores que hablaban con miradas penetrantes y seseos y susurros y se parecían demasiado los unos a los otros, y que luego iban a fiestas y a festivales tan dispuestos a hablar de sus futuros proyectos como de sus estilismos, con tanto brillo, maquillaje y preparación a cuestas que apestaban a sintetismo y afectación.
E Internet ardía en noticias graves y estúpidas, en imbecilidades hechas o dichas por celebridades y sus romances de pacotilla, siempre enrollándose, desenrollándose y volviéndose a enrollar entre ellos o con pobres anónimos que buscaban sus quince minutos de gloria, y haciéndose fotos a sí mismos, solos, en pareja o en grupo, fotos de sus pechos, traseros y abdominales, recién levantados o comiendo, vestidos, desnudos y semidesnudos, en cruceros o rodeados de niños malvestidos de piel oscura. 

Y había modelos, tandas y tandas de esqueletos bronceados con palos en vez de piernas, bolas de silicona cosidas en el pecho y melenas extra-largas posando en bragas y en alas, brazos en jarras, rostro de perfil y boca entreabierta, mirando desafiante a un público al que enloquecían. Y ropa, toneladas de ropa, trapos y trapitos, de precios irrisorios o inalcanzables, bolsos y zapatos de todas las formas y colores posibles, mezclados y remezclados, vestuarios enteros criticados por presuntos expertos y mostrados por aficionados pretendiendo ser famosos o por famosos oficiales que parecían querer decirnos cómo debíamos vestirnos para ser un poco menos vulgares aunque nunca fuéramos a ser tan estilosos como ellos.
Había tantos datos… Montañas de datos en la Red, datos macroeconómicos, sociológicos, astronómicos o nutricionales, todos mezclados, casi sin contrastar y organizados sin criterio alguno en páginas y más páginas multicolores, llenas de pestañas que llevaban a otras páginas con otras informaciones que a su vez llevaban a otras páginas con otras informaciones que a su vez…. Y vídeos y videoclips, de raperos desafiantes cubiertos de oro y rodeados de tipas en bikini con el culo en pompa, afectados grupos indies, divas gritonas vestidas como strippers de barra americana, bromas estúpidas, monólogos con o sin gracia, conspiraciones demostradas con mayor o menor sentido del ridículo, curiosidades varias y gatitos adorables, toneladas de gatitos peludos dormitando o volteando en el aire, y video-tutoriales sobre todo tipo de disciplinas (lo mismo te enseñaban a hacer una tarta a los tres chocolates que un kalasnikov casero). Wikipedias y frikipedias, artículos de diarios online, blogs de opinión personal de gente desconocida o muy conocida, y miles de foros y debates trufados de pseudónimos de colegial amongolado y emoticones burdos y epilépticos donde todos podían opinar de todo en cualquier idioma y país comiéndose la gramática y la sintaxis a dentelladas, insultar a famosos y a desconocidos y explotar de rabia o amor frente a la pantalla inerte de su ordenador, en pijama o en chándal, sin afeitar o con el pelo sucio, mientras su cocina ardía en llamas y su vida social, la real, la de carne y hueso, se desmoronaba a marchas forzadas. Todos querían salir desnudos o semidesnudos y comportarse como rock-stars, desde políticos a cocineros pasando por deportistas o paleontólogos, y las estrellas del porno querían convencer al mundo de que eran grandes intelectuales y por eso tocaban instrumentos, cantaban y publicaban libros. Las etiquetas ya no tenían sentido porque todas ellas eran intercambiables, acumulables y eliminables, pero, paradójicamente, había más etiquetas que nunca.
Y adulterando aún más toda aquella adulterada información, anuncios, anuncios por doquier, de coches, champú, ropa barata y comida rápida y sabrosa, yogures milagrosos y cremas caníbales, aquí y allá, en esquinas, márgenes y centros, un manotazo de descuido, y voilà!, te tenías que tragar el anuncio entero, enterito, entero. También te ofrecían ligar online y hacer donaciones al Tercer Mundo sin levantar el trasero de la silla y los deditos del teclado, siempre fiel y servil al devorador Saturno tecnológico.
“El día que el Mundo estalle en pedazos pillará a la mayor parte de su población hablando de futbol, móviles, realities y anorexia”. Anabel dixit.

Y luego, naturalmente, estaban Infojobs y compañía: mis inútiles hadas madrinas de la búsqueda de trabajo online.


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